¿Y qué será de Oriente Medio sin el principal líder “estable” de entre los árabes?

En Bruselas y Londres, en París y Berlín, en Washington y Tel-Aviv, tragan saliva. La estabilidad empieza a escasear en la región: Yemen está en ebullición, potencialmente otros como Líbano, también. Irán y Siria –precisamente el viejo eje del mal- parecen hoy más “estables”, aunque nadie está seguro. Assad cuenta en Damasco con su imagen opuesta a la de otras capitales árabes: Siria no aparece como “perrillo faldero” de Estados Unidos.
Irak tiene sus niveles de violencia establecidos, controlados, tras la paulatina retirada estadounidense. La era Obama aterrizó con esperanzas; pero en ocasiones “la esperanza es dañina” (Sartre dixit). Para Occidente, lo mejor es esa Turquía gobernada por islamistas que nos recuerdan a la democracia-cristiana europea de los 60. Tampoco terminamos de verlos como parte de nuestro mundo. Y ahí alimentamos otra frustración, otra distancia de la geopolítica del siglo pasado. Nuestros dirigentes responden tarde a las ansias de los pueblos atenazados por regímenes prolongadamente autoritarios. Reciben siempre consejos parecidos: tened paciencia con vuestro estable tirano particular.
Asimismo, la movilización de las sociedades civiles, en Túnez y Egipto, preocupa a todos los líderes árabes. Como Mubarak esperan el paso de las semanas y el agotamiento de las protestas. Desde Europa Occidental y Norteamérica, la idea conservadora de “la estabilidad de nuestros aliados en el mundo árabe”, puede resultar mortífera a medio plazo. En la izquierda, también se produce una cierta fijación acrítica de estereotipos que nutren mecanismos de pereza política e ideológica. Es difícil percibir así la verdadera evolución de las sociedades árabes. ¿Alguien hace el esfuerzo suficiente para ver qué sucede en el aparente monólogo político interno de los sirios, de los palestinos de Gaza o de la propia Arabia Saudí? En Argelia, hay convocada una gran marcha de protesta el día 12 de febrero. Allí la fatiga política está generalizada. Los argelinos ya han pasado por todo. Como dice su gran humorista Fellag, quizá son el único pueblo del mundo que cae hasta el fondo y después se pone a cavar. Buteflika acaba de prometer el pronto fin del estado de excepción, que impera desde hace casi dos décadas. ¿Es eso suficiente?
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