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sábado, 15 de enero de 2011

El diálogo entre la cristiandad y el islam establecido en Europa

Fuente: El Imparcial

Por Victor Morales

El desafío cívico que lanza el mundo islámico a la Europa comunitaria, hoy reconocida con el nombre de Eurozona, es considerable. Podría adquirir, incluso, la categoría de formidable.
Los orígenes históricos de tal dictamen no se encuentran muy alejados de nuestros días. Datan de la posguerra que sobrevino con la derrota del tándem Alemania/ Japón y sus aliados en 1945.
A partir de entonces, la descolonización de la India forzó a millones de musulmanes indo-paquistaníes a una diáspora cuyo punto neurálgico encontró encaje en Gran Bretaña y la Commonwealth. Paralelamente, el peso descolonizador del Magreb y del África occidental francesa -en la que cabría incluir países como Mauritania, Senegal y los vastos territorios del Sahel sudanés- trajo un contingente considerable de musulmanes a Francia y al conjunto francófono del Viejo Mundo. Fue entonces cuando se colocaron los nidos de la comunidad islámica ulterior, hoy convertidos en todo un “fenómeno de considerable relevancia humana, laboral y religioso-cultural”. Humana, debido a los principios humanitarios de raíz romano-cristiana que impregnan el legado jurídico-internacional europeo (“ius gentium”). Laboral, porque el acerbo, hoy millonario, de inmigrantes musulmanes que se han arraigado en el mercado de trabajo euro-comunitario, ha venido a acrecentar la productividad del sistema económico capitalista hasta hace menos de cinco años. Y, por último, religioso-cultural -¡y aquí es nada!-, en tanto en cuanto el Islam es -como ha sido el cristianismo- un credo dotado de capacidad de ubicación geo-cultural notable.
En las naciones de la Eurozona que registran un índice alto de implantación poblacional de corte religioso musulmán, se abrió, desde hace aproximadamente treinta años, un debate alrededor de si procedía ingerir y, luego, digerir, el fenómeno religioso-cultural del Islam en Europa. Esta inclinación, de inspiración pragmática en el escenario británico, adquirió en Francia, por el contrario, el sesgo de un acomodo difícil en tanto en cuanto un cúmulo de prácticas consuetudinarias musulmanas no se compadecían fácilmente con el espíritu del laicismo y su observancia en el territorio de la República francesa.
Se dio en llamar multiculturalismo al primer enfoque arriba apuntado, mientras que el segundo de ellos ha pasado a ser una secuela de compromisos entre lo público y lo particular. ..Ninguno de los dos ajustes aparece en la actualidad como la mejor de las soluciones para abordar el desafío de turno.
Y, sin embargo, está difundida la consciencia de que la integración jurídica y política del Islam en Europa ha de procurarse sin prisa pero sin pausa, aunque limitando las cuotas de inmigrantes (musulmanes o no) admisibles en un mercado de trabajo muy contraído como es el actual.
Ahora bien, en tanto en cuanto el Islam en Europa es contaminable (no se sabe todavía hasta qué medida) por el fundamentalismo musulmán, la cuestión crucial radica en aquilatar el grado de esfuerzo en la interactuación religiosa que se ha llevado a efecto en las sociedades del Viejo Mundo en general, y de aquellas que, como España en particular, han alcanzado, en poco más de quince años, la cifra de 3.500.000 inmigrantes -con un colectivo musulmán compacto por ser de procedencia marroquí predominante-.
El conocido islamólogo francés, Olivier Roy, ha venido a advertirnos sobre el hecho fehaciente del divorcio entre la inspiración religiosa de origen y las prácticas sistémicas que revelan, al menos, las religiones del Libro implantadas en el ámbito bicontinental euro-americano. Unas prácticas (la mercantilización secularizadora de la Navidad cristiana, de la “Hanukkah” mosaica y del “Aid” post-Ramadán), que, según Roy, evidencian el “desenganche” de tales prácticas del tronco nutricio que las configuró hace unos pocos milenios.
El recurso al terrorismo por parte del Islam político radical tiene una implantación en Europa que posee relación directa con los núcleos de desencanto islamistas -conectados, o no, con los cerebros de Al-Qaeda-. De acuerdo con Olivier Roy, el intento salafí, o de purificación del Islam, que anima a los terroristas musulmanes, es subsumido en la conclusión final que el sociólogo francés ha venido a contarnos: el fundamentalismo (de cualquier raíz e índole) no trata de restaurar una experiencia religiosa más genuina y profunda, sino que es, por el contrario, una manifestación de “ignorancia sagrada”. O sea, el “desenganche” definitivo de la praxis terrorista de su tronco nutricio equivaldría al principio del fin. Roy pretende revalidar el argumentario que cimentaba su tesis de 1992 sobre el fracaso del Islam político; que sigue, empero, administrando en Irán, en Gaza -a través de Hamás-, y en una versión “light” de ese Islam político que encarna el AKP en la Turquía liderada por Erdogan.
Como, según el poeta, no están ni el ayer ni el mañana escritos, dejo en suspenso, y someto al juicio ponderado del lector, si el envite cívico que representa el mundo islámico en la Europa comunitaria está siendo cabalmente analizado, y si las estrategias que reclama tal desafío son tan inteligentes y efectivas como creo que desean la mayoría de los integrantes de dos comunidades religiosas que han atravesado siglos, tanto de convivencia fructífera como de ensimismamiento empobrecedor para ambas.
Durante la segunda mitad del siglo pasado se abrió esta cuestión -tema de nuestro tiempo donde los haya-. Quizá le toque a la primera mitad del siglo XXI la tarea de ir encontrando fórmulas eficaces de diálogo intercultural e intrarreligioso que alumbren un nuevo capítulo del entendimiento islamo-cristiano.

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